Durante el embarazo, las ecografías especializadas permiten evaluar con precisión el desarrollo del bebé y detectar de forma temprana posibles anomalías. Entre las más importantes se encuentran la ecografía genética y la ecografía morfológica, dos estudios complementarios que se realizan en etapas distintas del embarazo y con objetivos diferentes.
👶 Ecografía genética: la evaluación temprana del desarrollo fetal
La ecografía genética —también conocida como ecografía del primer trimestre— se realiza entre las 11 y 14 semanas de gestación.
Su finalidad es valorar el desarrollo inicial del bebé y detectar signos tempranos de posibles alteraciones estructurales o genéticas.
En este examen se observa con detalle:
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La formación del cerebro, corazón y órganos principales.
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La longitud del embrión y su desarrollo general.
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La presencia de estructuras anatómicas clave, como el hueso nasal y la región nucal.
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El flujo sanguíneo fetal y placentario.
Gracias a la precisión de los equipos modernos —como las ecografías 3D, 4D o hiperrealistas—, es posible obtener imágenes de alta resolución que permiten una valoración más confiable y personalizada.
Además, esta ecografía ayuda a calcular con exactitud la edad gestacional y la fecha probable de parto.
🧡 Ecografía morfológica: la revisión anatómica completa del bebé
La ecografía morfológica se realiza entre las 18 y 24 semanas de embarazo.
Su objetivo es revisar de forma detallada la anatomía completa del feto, confirmando que cada órgano y estructura se haya formado correctamente.
Durante esta ecografía, el especialista examina:
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El cerebro, rostro y columna vertebral.
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El corazón, pulmones y abdomen.
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Las extremidades y el movimiento fetal.
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La posición y características de la placenta, así como la cantidad de líquido amniótico.
Este estudio es considerado el más importante del segundo trimestre, ya que permite detectar malformaciones estructurales que no son visibles en etapas tempranas.
🤰 ¿Por qué realizar ambas?
La ecografía genética y la morfológica se complementan entre sí:
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La primera evalúa el desarrollo temprano y el riesgo de anomalías iniciales.
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La segunda confirma el crecimiento y la anatomía completa del bebé.
Ambas ofrecen una visión integral del embarazo y son fundamentales para garantizar un seguimiento obstétrico seguro y confiable.